domingo, 14 de febrero de 2016

Un gran poder conlleva una gran responsabilidad

-Así que ha dimitido...
-Sí, y yo no sé cómo no dimiten todos. Es que cogía una escopeta y me liaba a tiros. Un tiro en la nuca a cada uno  -decía la Señora Mayo mientras le servía unas patatas panaderas a sus dos hijos, Tomas y Bruce.
Bruce no paraba de jugar con un triceratops de plástico y cuando comía hacía el mismo ruido que haría un dinosaurio, incluso metía al muñeco en el plato para que éste pudiera comer también.
En cambio, Tomas, de diecisiete años, miraba atento a la televisión sin hacer caso alguno a la comida.
-¡Voy a apagar la televisión! ¡Siempre igual! ¡Estamos comiendo! Lionel di algo a tu hijo que siempre hace lo mismo. -la Señora Mayo apuntaba a su hijo con un tenedor
-Tom deja de hacer lo que estés haciendo y haz caso a tu madre.- respondió el padre sin parar de mirar la televisión también. Tomas resopló y se le movió el flequillo.

Su madre le seguía gritando pero él ya no hacía caso porque le empezaron a sonar las tripas, y eso significaba...

Interrumpimos la conexión para dar una noticia de última hora. Ha habido una tremenda explosión en la Plaza Mayor de la ciudad. Testigos afirman que hay un monstruo acabando con todo y dejando solo caos y destrucción a su paso.
Un montón gente apareció corriendo y gritando de terror detrás de la reportera empujándola para que dejara paso y se cortó la conexión.

La familia Mayo miraba en silencio la pantalla mientras comían y Tomas se levantó, salió corriendo de la casa, cogió la bicicleta y rápidamente fue hacia la plaza Mayor.
-¡Tomas! ¡Tomas adónde vas!- gritó la Señora Mayo.

Tras sortear los coches y esquivar a algunas personas que huían despavoridas de la plaza llegó al centro de la ciudad.
-¿Dónde está?- pensó Tomas, girando sobre sí mismo mirando hacia todos lados.
Lo que decían en las noticias era totalmente cierto, estaba todo destrozado. La fuente donde antes había un angelito de piedra ahora estaba partida por la mitad y salía el agua a chorros, el suelo estaba resquebrajado y los edificios tenían los cristales rotos. Donde había explotado una bomba ardían llamas.

No había nadie más allí, sólo él y el causante de todo ese caos.

A los pocos segundos sonó la sirena de unos coches de policía acerándose, lo que recordó a Tomas que no llevaba puesto su traje y que si alguien le veía pondría en peligro su anonimato, así que se subió la capucha de la sudadera y dió unos pasos hacia atrás. De pronto vio aparecer una sombra delante suyo y sus tripas empezaron a sonar de nuevo. Un gruñido le hizo darse la vuelta lentamente.
Una masa verde gigantesca con unos enormes ojos negros y una boca llena de dientes puntiagudos estaba a un palmo de él.
La masa descargó su puño lleno de ira descontrolada sobre Tomas, pero este rápidamente se echó hacia un lado y salió corriendo. La masa comenzó a tirarle todo lo que tenía a mano, ya que al ser tan grande y gordo era lento y no podía atraparlo si iba tras él.
Un banco, otro, una marquesina del autobús, parecía imposible lograr escaparse de la masa hasta que Tomas se escondió tras la esquina de un edificio y vio cómo lentamente la masa se acercaba hacia él con el árbol centenario, una de las atracciones estrella de la ciudad, en una mano sobre su cabeza dispuesto a lanzarla cuando tuviera ocasión.
Los coches de policía llegaron y los agentes rodearon a la bestia.
-¡Deje el árbol en el suelo lentamente y levante las manos sobre la cabeza muy despacio!- oyó a un agente gritar desde su coche patrulla.
Tomas sabía lo que pasaría a continuación y si no se daba prisa la masa acabaría con todos los allí presentes.
Cerró los ojos muy fuerte y apretó los puños. Sólo se le ocurrió una solución.

Al ver que la masa no contestaba a sus peticiones los agentes comenzaron a disparar, haciendo enfurecer a la la bestia verde que lanzó con furia el árbol hacia uno de los coches.

Tomas no pudo más y aunque pusiera en peligro su anonimato, la prioridad era salvar a los agentes.
Se puso de espaldas al edificio y acercando su trasero lo más que pudo a la pared respiro hondo.
Cerró los ojos, frunció el ceño y se relajó.
De pronto una sonora flatulencia hizo parar la lucha entre la masa y los policías. Primero fina y luego tomando forma, un pedo contundente de tal magnitud que hizo que la onda expansiva empujara fuertemente a los agentes hacia atrás de golpe y que hizo resquebrajarse al edificio contra el que se encontraba Tomas.
Tomas vió que el edificio se caía y salió corriendo hacia su bicicleta. Tapándose la cara con la capucha y marchó a su casa.
La masa, atónita ante tal gas y presa de su lentitud no pudo moverse del sitio y quedó sepultada bajo el edificio. Y murió.

Tomas llegó a casa y fue directo al servicio.
-Tomas pero dónde has estado hijo, me tienes muy preocupada. ¡Por qué sales así de casa sin decirnos nada sabiendo el peligro que hay ahí fuera!

Interrumpimos la conexión para informales de que el monstruo ya ha sido neutralizado y que ya no hay peligro. 
Un agente de policía aparece y la reportera le pone el micrófono -¿Cómo lo han hecho? ¿Qué era esa bestia? ¿Cómo han conseguido acabar con ella?
El agente de policía se rascaba la cabeza -Pues no te lo vas a creer pero hemos oído de repente un pedazo de pedo que...

-¿Un pedazo de pedo...?- La Señora Mayo miró hacia la puerta del baño sabiendo lo que significaba eso.


Tomas, sentado en el retrete apoyó la cabeza sobre sus manos y fue ahí cuando fue consciente de su don.
O de su maldición.
Pero que, de una manera u otra, tenía que aprender a controlar, porque un gran poder conlleva una gran responsabilidad.