Había una vez una hormiga
que vivía en un hormiguero a un metro bajo el suelo.
Era una hormiga muy
ocupada, todos los días salía con sus compañeras y seguían la misma ruta de
siempre, atravesando el jardín por un camino de arena rodeando el parque de los
columpios a gran velocidad escondiéndose de las furiosas larvas humanas hasta
llegar bajo una enorme montaña de madera donde encontraban su bien más
preciado: las cáscaras de pipas.
Cada hormiga volvía a
casa con una enorme cáscara de pipa sobre su espalda y las dejaban en una de
las numerosas salas del hormiguero, en el piso 23, 3 pasillos a la izquierda, 1
a la derecha, aunque no sabían para qué, ya que su deber era solamente
recogerlas de debajo de la enorme montaña de madera.
Así pasaron días y días,
saliendo y entrando por el hueco del hormiguero con su tesoro hasta que un día
nuestra pequeña hormiga empezó a preguntarse para qué servían aquellas cáscaras
de pipas.
-¿Para qué sirven?- le
preguntó a una de las hormigas de su grupo, que le contestó encogiéndose de
hombros y saliendo rápidamente del piso 23.
-¿Para qué sirven?- le
preguntó a una de sus compañeras que salía veloz del piso 14 hacia el 13.
-¿Para qué sirve qué?-
respondió su compañera
-¡Las cáscaras de pipas!
-¡Como no lo sepas tú!-
gritó la otra hormiga que ya se perdía entre las galerías del piso 13.
Seguía saliendo día tras
día a la misma hora con su grupo hacia la montaña de madera, pero al contrario
que sus compañeras que las llevaban a la espalda, ella volvía al hormiguero
observando detenidamente su cáscara de pipa de arriba abajo buscando cualquier
peculiaridad ayudándose con sus antenas.
-Huele bien…
-¿Qué?- le gritó la
compañera que iba delante de ella en la formación.
- Que… ¡Que huele bien!
-¿Que huelo bien?
-¡La cáscara huele bien!
-¡Ya, ya lo sé! ¡Pero no
te distraigas!- las hormigas tenían que hablarse gritando porque no se
escuchaban bien una delante de la otra.
Cuando llegaron al piso
23, antes de dejar su tesoro en la sala, la hormiga quiso preguntarle a su
compañera si sabía para qué servían ya que ella también había reparado en que
olían bien, pero en cuanto puso un pie fuera de la sala su compañera había
desaparecido hacia el piso 24. Su turno había terminado y tendría que esperar
al día siguiente.
Cuando el grupo volvió a
salir la hormiga no estaba segura de si su compañera de enfrente era la misma
que la del día anterior, todas eran muy parecidas.
-¡Huelen bien!
-¡Ya, ya lo sé!- le
respondió. Por suerte era la misma.
-¿Para qué sirven?
-¿Las cáscaras?
-¡Sí!
-¡Huelen bien!
La hormiga se quedó
perpleja. No sabía si su compañera estaba bromeando, ya sabía que olían bien.
Las dos sabían que olían bien, ya había quedado claro.
-Pero, ¿por qué nos las
llevamos? ¿Qué hacen con ellas? ¿Sirven para dar de comer a nuestros pequeños? ¿Para
fortalecer las paredes? ¿Son trampas para nuestros enemigos? ¿Hacen algo?
-¡No, nada de eso!
-¿No? ¿Entonces qué?
-¡Solo huelen bien!
El asombro de la hormiga
era tal que no podía apartar la vista de su compañera de enfrente y sus antenas
apuntaron al cielo durante toda la jornada.
Cuando llegaron a la sala
del piso 23 a depositar las últimas cáscaras aún estaba impresionada. No podía
creer que todas sus compañeras se jugaran el tipo todos los días, todos los
días a la misma hora, enfrentándose a otros insectos peligrosísimos del jardín,
escondiéndose de los humanos más pequeños y esquivando a los más grandes solo
para recoger esas cáscaras que habían sido hasta entonces el mayor tesoro que
había existido jamás, porque solo y simplemente olían bien.
Cuando volvía a su casa,
el piso 22, 3 pasillos a la derecha, 1 a la izquierda, seguía sin creer que
había estado toda su vida custodiando esos chismes sin valor. Estaba tan
enfadada que iba apartando a todas las hormigas de su camino de un empujón.
Al sentarse en una de las
esquinas de su casa, dos de sus compañeras se fijaron en la dirección de sus
antenas y se acercaron a ella.
-¿Estás bien?-
preguntaron a la vez
-¡No y no!- respondió su
amiga poniéndose colorada de rabia.
-¿Qué ha pasado?–
aquellas hormigas hablaban a la vez como si fueran una sola y movieron sus
antenas hacia ella preocupadas.
-¡He descubierto para qué
sirven las cáscaras de pipas!
-¿En serio? ¡Cuéntanoslo!
¿Para qué sirven?– las hormigas habían estado escuchando las dudas y preguntas
de su compañera todos los días y había sembrado la curiosidad en ellas también.
-¡Para nada!– las
hormigas dirigieron sus antenas hacia el techo -¡No sirven para nada! ¡Sólo
huelen bien!
Sus compañeras se
quedaron con la misma cara que ella, mirando al suelo con tristeza y una
profunda decepción.
Así transcurrieron unos
minutos hasta que una de ellas levantó la mirada.
-Y… ¿y a qué huelen?
Su compañera la miró y
con entusiasmo preguntó de nuevo.
-¡Eso! ¿A qué huelen?
-¿Eh?... Pues,
pues…Huelen, huelen a…
No podía creérselo, no
recordaba nada parecido que pudiera comparar con el olor de las cáscaras de
pipas. Era un olor maravilloso, pero no se acordaba exactamente cómo era y no
podía describírselo a sus dos amigas
-No recuerdo cómo huelen.– les respondió a las hormigas que se entristecieron de nuevo, pero rápidamente
una de ellas volvió a levantar la mirada.
-¿Podríamos olerlas
nosotras también?
-¡Si! ¡Por favor!- su
amiga comenzó a dar pequeños saltitos de alegría ante la posibilidad de poder
oler aquello de lo que siempre hablaba su compañera.
Nuestra hormiga miró a las
dos a sus grandes ojos. Ellas se dedicaban a hacer más y más pisos en el
hormiguero por lo que no tenían muchas oportunidades de salir fuera ni de
experimentar cosas nuevas. Oler, aunque fuera un segundo, una de las numerosas
cáscaras de pipas que había justo debajo de ellas en el piso 23 sería uno de
los mejores momentos de su vida.
Así que, moviendo sus
antenas hacia sus amigas se levantó de la esquina de su casa en el piso 22 y
gritó con absoluta determinación.
¡ -¡Seguidme!
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