A través de las puertas automáticas del centro de salud
podía verse el cielo gris y el chaparrón que caía aquella mañana en el barrio.
Era un día horrible desde luego, de vez en cuando podía verse un relámpago
atravesar las nubes seguido del estruendo parecido al sonido de tres cañones.
Las recepcionistas no paraban de teclear en sus ordenadores
sin levantar la vista a los pacientes que esperaban en la cola para ser
atendidos.
-Hace un día horrible.
-Desde luego.– respondía una mientras se bajaba las gafas
hacia la punta de la nariz más todavía para ver mejor su pantalla.
Las puertas se abrieron y una mujer tapada hasta las cejas
con una bufanda verde, un gorro verde, un chubasquero verde, unos guantes
verdes y un paraguas rojo apareció seguida de un niño pequeño que iba tapado
hasta las cejas con una bufanda verde, un gorro verde, un chubasquero verde,
unos guantes verdes y un paraguas pequeño transparente.
La mujer fue derecha como un soldado hacia la zona de
pediatría del centro de salud seguida del niño que se había calado el sombrero
hasta los ojos y se agarraba del chubasquero de su madre para no perderse.
La mujer se sentó y se quitó la bufanda verde, el gorro
verde, los guantes verdes y el chubasquero. El niño aún seguía con el sombrero calado
hasta los ojos y daba patadas con los pies al aire, porque no llegaba desde el
asiento al suelo.
La mujer se levantó, se agachó delante de él y le quitó como
pudo, con mucho mimo y cuidado, la bufanda, los guantes y el chubasquero.
Cuando intentó quitarle el sombrero el niño le dio una soberana patada en el
estómago que pareció ser sin querer. La madre juntó todo en el asiento de al
lado y agarrando los paraguas miraba intranquila al suelo, a la puerta del
pediatra y de vez en cuando sin que éste se diera cuenta, al niño.
Tras unos eternos tres minutos salió un señor con bata de la
consulta y dijo con voz amable:
-¿Andoni?
-¡Si!
La madre recogió todo y se metió en la consulta seguida por
el niño que al entrar en la sala se quitó el gorro. El médico leía la lista de
pacientes contento por no tener más ese día y cerró la puerta, se sentó en su
silla con ruedas y sonriendo preguntó a los dos:
-Bien, contadme. ¿Cuál es el problema?
La mujer se levantó del asiento y llevando aún los abrigos y
los paraguas colgados del brazo le hizo una señal al doctor para que fuera con
ella a la otra punta de la consulta al lado de una vitrina con agujas, guantes
de plástico y algunas piruletas.
El niño seguía dando patadas al aire y movía el gorro en
círculos sobre la mesa mientras intentaba silbar. El médico extrañado fue hacia
la mujer y cruzado de brazos dijo:
-¿Qué ocurre?
-El… el niño. El niño no está bien -contestó la madre
susurrando con miedo. Le temblaban las manos y miraba hacia todos lados menos a
los ojos del doctor.
El pediatra se giró y vio al niño que seguía jugando con el gorro.
-Yo le veo bastante bien. ¿Ha tenido fiebre? ¿Estornuda?
¿Tose?
-El niño -dijo la madre mirando por fin a los ojos del
doctor.- El niño no está bien.
-¿Está usted bien? -respondió preocupado- No tiene buena
cara.
-Yo estoy perfectamente. -dijo señalando al niño nerviosa- ¡Es él!
El pediatra se giró. El niño se había puesto el sombrero y
movía la cabeza dando golpes en los reposabrazos de la silla.
-Señora, al niño yo le veo bien, es a usted a la que noto…
-¡Hable con él! Necesito a alguien que me crea, por favor.
-la mujer le cogió de las manos, desesperada.- Hable con él.
El médico sintió las manos húmedas y frías de la mujer y
aunque estaba claro que ella no estaba bien decidió hablar con el niño.
-Gracias. -contestó la mujer con un puchero- Gracias.
La mujer se secó una lágrima y con los abrigos y los
paraguas fue a la sala de espera y se sentó muy derecha.
-Bueno Andoni -dijo el doctor tras cerrar la puerta- ¿Qué
tal te ha ido el día? Hace un día de perros, ¿verdad?
-Llueve mucho.
-Sí, el tiempo está loco últimamente. Bueno, pero a lo mejor
te gusta la lluvia.
-No mucho, porque no puedo salir a jugar al parque con mis
amigos ni ir a las clases de después del cole porque a mamá le da miedo
conducir si llueve.
-Vaya… ¿Y qué actividades haces?
-Voy a jugar al fútbol y a karate y a pintar también los
viernes con la profesora Berta Guido.
-Berta Guido, me gusta el nombre.
-A mi me gusta ella –dijo el niño riendo.
-¡Vaya! -rió el doctor- ¿Es guapa? ¿Si? ¿Y qué es lo que
pintas?
-El otro día pinté al perro de mi vecina que es blanco con
manchas y luego pinté a mamá y a papá y a mi hermano mayor.
-¿Se te da bien entonces dibujar? A mi se me da fatal.
-Lo que mejor se me da son los soles, ¿te pinto uno?
-¡Por favor! -el doctor sacó una hoja de un montón que tenía
en un cajón y buscó un bolígrafo.
Miró por todos lados, en todos los cajones, en todos los
bolsillos y nada, no había rastro del bolígrafo que quería.
-No encuentro el bolígrafo que quería…
-¿Puedo usar este? -dijo Andoni con un bolígrafo en la mano.
-¡Lo has encontrado! Por supuesto. -el niño comenzó a
dibujar el sol- Ese boli es especial para mi, me lo ha regalado mi hija porque
tiene cuatro colores. Es muy chulo ¿verdad?
-Si… Ya está. -dijo el niño enseñándole un sol con gafas de
sol- ¿Lo puedes poner ahí también?
-Claro, así siempre me acordaré de ti -el niño sonrió
mientras el doctor pegaba con celo el dibujo en la pared al lado de otros
dibujos con muchos colores.
-Bueno, creo que ya te puedes ir. Tu mamá te está
esperando ahí afuera. -Guardó el bolígrafo en el cajón con el resto de papeles
y acompañó al niño a la puerta.
La madre al ver que salían se levantó de un brinco. Ya tenía
el chubasquero, la bufanda y el gorro puesto. El niño salió y se colocó el
gorro verde de nuevo calado hasta los ojos. La mamá se acercó al pediatra y le
preguntó:
-Dígame -estaba muy tiesa y seria, una mujer totalmente distinta
a la que había estado dentro minutos antes– ¿Qué opina doctor? ¿Qué tengo que
hacer?
-Yo le veo muy bien. Muy simpático. -la mujer no podía
esconder su decepción- Me ha hecho un dibujo y todo, un sol muy bonito.
La mamá, triste y enfadada, se volvió a su hijo y sin decir
nada más le llevó de la mano hasta la entrada del centro de salud.
El doctor sin comprender qué era lo que quería la mujer que
viera se metió en la consulta y como iba a salir a comprar la comida sacó una
hoja de papel para hacer la lista de los alimentos que necesitaba.
El bolígrafo no estaba.
El doctor miró en todos los cajones y no vio el bolígrafo
por ninguna parte. Salió a ver si el niño se lo había quitado en un descuido,
aunque eso era imposible, estaba seguro de que lo había guardado en el cajón.
Desde la sala de espera se podía ver a la madre todavía
poniéndole el chubasquero a Andoni que miró al doctor sonriendo y le dijo adiós
con la mano. El doctor se despidió también desde la sala y antes de salir por
las puertas automáticas el niño abrió el paraguas transparente.
Fuera sonó un trueno como tres cañones.
-Vamos Andoni, tápate bien. -le dijo su madre. Y salieron
del centro de salud.
Cómo iba el niño a quitarle el bolígrafo. Seguramente se
habría caído debajo de la mesa. ¿O se lo guardó en un bolsillo y resulta que
tenía un agujero?
El pediatra no paraba de darle vueltas a dónde podría estar,
entró en su consulta y el sonido de un bolígrafo cayendo al suelo le hizo levantar
la vista.
Todas las paredes estaban cubiertas, incluso sobre el resto
de los dibujos, por un montón de soles con gafas de sol de distintos tamaños y
de cuatro colores diferentes.