El sol radiante de la mañana bañaba de luz todo el
parque. Algunos ancianos paseaban ayudados por sus bastones y comentaban el
buen día que hacía, aunque algunas nubes negras se vieran a lo lejos.
Aquel sábado era un regalo divino. Hacía tan buen
tiempo que las madres habían llevado a sus hijos a jugar. Algunos con una
pelota corrían por el jardín y otros se deslizaban por el tobogán.
Pero si observabas con atención podías ver una hilera
de hormigas caminando por el borde del parque, rodeando el banco donde una mamá
sentada con su hija jugaba a las palmitas.
A la cabeza de la formación iban algunas exploradoras
y unas pequeñas obreras deseando llegar a su destino abriendo y cerrando sus
diminutas pinzas seguidas del resto de soldados. Dispuestas a masacrar a
aquellas bobas hormigas del agujero, cuanto más se acercaban más nerviosas se
ponían. Algunas tenían un tic y no podían evitar agitar el aguijón al final de
su cuerpo de vez en cuando.
Ansiosas por llegar caminaban cada vez más rápido, sin
romper la formación. Unas detrás de otras caminaban a la vez creando un ritmo
perfecto con los pasos. Cada vez más rápido. Los tics se atenuaban y algunas
golpeaban con sus antenas a las compañeras. Más rápido, más rápido. Las
estúpidas estarían allí esperando su muerte. Las estúpidas estarían allí
esperando. Las estúpidas…
Cuando llegaron al agujero no había ni una sola
hormiga fuera. Las obreras, confundidas, se miraban entre sí y las
exploradoras intentaban recordar el camino por si se habían equivocado.
Una soldado salió de la formación y se acercó al
agujero con cautela.
-¿Qué es esto, Kali? -una soldado tenía una cáscara de
pipa en la mano y la toqueteaba con las antenas.
-No toquéis eso. Dejadlo donde estaba. -la soldado
atenta miró al hormiguero del suelo y tiró una piedrecita con la pata. Nada.
-¡Kali huele bien!
-¿Qué forma es esta? ¿Son semillas?
-¿Kali por qué no tenemos esto nosotras también?
La soldado se giró y vio al ejército de hormigas rojas
aglomeradas alrededor del hormiguero del suelo inspeccionando las pipas.
-¿Qué estáis haciendo? ¡Volved a la formación!
-¡Kali, mira! ¡Mira cómo huele! -una exploradora le acercó
la cáscara a las antenas y la soldado respiró hondo.
Era inexplicable ¿Qué era aquello? ¿Era comida? ¿Eran
semillas? No eran semillas, sólo eran la cáscara de la semilla. Eran cáscaras…
La cáscara se le cayó de las manos a la exploradora y
Kali miró directamente a los ojos inertes de su compañera antes de que cayera
al suelo hecha una pequeña bola. Dos hormigas del suelo la habían matado con
sus pinzas.
Ante ella se luchaba una batalla entre las rojas y las
del suelo. Las obreras de ambos bandos se atacaban entre sí como locas y
algunas en grupos acorralaban a una y la hacían pedazos. Las soldados
igualmente se atacaban entre sí y apoyaban a sus compañeras más pequeñas cuando
las veían solas.
Un montón de hormigas muertas estaban a sus pies y no
podía creer que las hubieran pillado desprevenidas por estar olisqueando
aquellos…
De pronto una hormiga la mordió en la cabeza y ella
instintivamente deslizó su aguijón rápidamente hacia delante clavándolo en el
pecho de aquella desgraciada embadurnada en una baba asquerosa.
El resto de hormigas la siguieron. Las rojas apuñalaron
con sus aguijones a las estúpidas en el pecho dejándolas paralizadas. Les
sacaron el aguijón y las del suelo cayeron hechas una bola gritando
de dolor.
Kali asqueada miró a la osada que se había atrevido a
morderla y se dirigió a sus compañeras -¡Ya hemos acabado aquí!
La soldado se dirigió hacia una cáscara y curiosa
comenzó a inspeccionarla también como sus compañeras.
-Deberíamos llevarnos unas cuantas a ver qué piensa
Kai ¿no creéis? -una exploradora hablaba con un par de soldados que asentían al
olisquear las cáscaras que les mostraba la hormiga.
-Vámonos. -dijo Kali, que se colocó una cáscara sobre
la espalda.
La hormiga a la que había apuñalado se restregó con
cuidado el mejunje que la cubría por el pecho y comenzó a reír.
-¿De qué te ríes?
La hormiga sin hacerla caso siguió riéndose cada vez
más alto, lo que motivó que sus compañeras se rieran también.
Las hormigas rojas no entendían nada y las risas
empezaron a darles miedo. Las del suelo empezaron a desenvolverse y se
levantaban lentamente.
-No se mueren… ¡No se mueren! -las obreras corrían despavoridas
de aquí para allá clavándoles el aguijón a las que aún no se habían levantado.
De repente un puñado de hormigas voladoras salieron
del agujero del suelo provocando el pánico a las hormigas rojas que salieron huyendo.
-¡Retirada! -gritaba Kali huyendo con la cáscara a su
espalda.
Las hormigas rojas se iban corriendo muertas de miedo
por la resurrección de las del suelo y éstas gritaban y daban saltos de alegría
por su victoria.
Lasalle se levantó y fue a ayudar a algunas de sus
compañeras que habían perdido alguna pata o antena.
-¡Agárrate bien, no te resbales! -le decía a una
exploradora que había perdido dos patas traseras.
-Lasalle, embadurnarnos con el mejunje este es
asqueroso -la exploradora se quitaba el líquido con la mano y lo tiraba al
suelo mientras caminaba.
-Es lo que la naturaleza nos ha dado. Tenemos que
agradecer que ellas no supieran que podemos protegernos de ineptas rojas como
ellas.
-Ya, ya…
Pasaron al lado de un par de hormigas que no se habían
levantado del suelo. Lasalle reconoció a una de ellas y dejando a la hormiga
que llevaba en la puerta del hormiguero volvió a verla.
Le dio unos toquecitos con las antenas, pero no se
movió.
La empujó con las patas, pero no se movió.
Muerta de pena, arrastró hasta el hormiguero a su
compañera que encogida, abrazada a una cáscara de pipa, había dado su vida por
la colonia.
Las hormigas rojas iban a volver al hormiguero al pie
del árbol para contar lo ocurrido a la reina y a sus compañeras, pero antes
hicieron una pequeña parada bajo la montaña de madera.
-¡Coged todas un par! -gritaban las exploradoras
toqueteando algunas cáscaras de pipas con sus antenas.
Kali miraba cómo sus compañeras disfrutaban de aquel
olor.
Era curioso cómo aquellas estúpidas se habían estado
aprovechando de aquella mina durante todo este tiempo.
-¡Mira Kali, puedo llevar dos! -decía contenta una
pequeña obrera levantando las cáscaras e iniciando el camino a casa siguiendo a
algunas compañeras exploradoras.
Kali se paseaba entre las cáscaras. Era fantástico. No
eran todas iguales. Algunas eran más claras y estaban más secas, esas olían
bien. Pero luego había otras, a medida que iba caminando, que iban siendo más
oscuras, más húmedas y olían mucho mejor y más fuerte...
¿Más húmedas?
Kali miró hacia arriba y aterrorizada gritó -¡Retirada!
¡RETIRADA!
-¡Laura deja a las hormiguitas tranquilas que están
cogiendo su comidita!
La pequeña Laurita había saltado sobre las cáscaras de
pipas porque le gustaba el ruido que hacían al partirse bajo sus zapatos.
-Ven, mira -la mamá cogió a la niña y la sentó en el carrito
-¿Ves cómo se llevan la comida?
Unas cuantas hormigas se llevaban las cáscaras hacia
el jardín y otras daban vueltas muy rápido debajo del banco. Había algunas que
simplemente estaban hechas una bola y no hacían nada.
La mamá dejó apoyada la bolsa de pipas en el banco, sacó
una revista y un conejo de peluche de la bolsa del carrito.
-Toma Laurita. -le entregó el conejo a la pequeña que
lo agarró fuerte por las orejas.
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