Había una vez una mamá que salía todos los días a dar paseos por el parque con su bebé.
Era una niña monísima, tenía los ojos verdes y muy risueña. Su madre decía que tenía la sonrisa más bonita y babosa del mundo entero.
Una tarde se sentaron en un banco a ver las palomas que se juntaban en uno de los jardines del parque.
-Mira los pajaritos, Laurita -decía su madre señalándolos.
Un pequeño temblor, casi imperceptible, sacudió el suelo y las palomas salieron volando. Después de un rato volvieron a casa.
Al día siguiente vovieron al parque y una señora que pasó por su lado cargada con bolsas de la compra se detuvo a mirar a la pequeña.
-¡Qué bonita es! -dijo apretándole suavemente las mejillas -¿Cómo se llama?
-Me llamo Laurita -contestó la madre haciéndose pasar por el bebé.
Un segundo temblor sacudió el parque pero esta vez más fuerte.
-¿Ha temblado el suelo? -preguntó la mamá a la señora.
-Si hija, ayer noté algo raro yo también en mi casa. Estaba en el salón y se movió la lámpara del techo y todo. Esto es del cambio climático ese seguro. Bueno me voy que se me descongelan los helados. ¡Adiós bonita, adiós!
El bebé reía haciendo pequeñas pompas de baba.
Al día siguiente volvieron al parque y se sentaron en un barco cerca de una fuentecilla donde unos niños rellenaban sus botellas de agua. La mamá sacó una revista y un conejito de peluche de la bolsa que colgaba del carrito.
-Toma Laurita -le entregó el conejo a la pequeña que lo agarró por las orejas.
De pronto vibró un poco el suelo como el día anterior y la mujer asustada miró a su alrededor.
Laura tiró el conejo al suelo.
-¡Eso no se hace! -la mamá se levantó, recogió el peluche y se lo dió a la pequeña. -Toma Laurita.
Esta vez un terremoto sacudió la ciudad entera. Los árboles temblaron, una grieta resquebrajó la parte baja de un edificio cercano en el que se encontraban y la fuentecilla se cayó un poco hacia la izquierda, saliéndose del cemento del suelo. La madre asustada guardó la revista y se fueron caminando muy rápido a casa.
Por el camino Laura lanzó el conejo muy lejos y la mamá molesta soltó el cochecito, recogió el conejo y se lo fue a dar a la pequeña.
-¡No lo tires! -dijo la madre enfadada. -Toma...
Antes de que volviera a pronunciar su nombre de aquella manera se abrió una grieta en la acera entre sus piernas.
La mamá, asustada y conteniendo la respiración abrazó al peluche y miró incrédula a su bebé que escupió el chupete y haciendo pucheros estiró los brazos para recuperar su preciado conejito.
-Toma...Toma Laura.
La pequeña reía mientras se pasaba las orejas del peluche por la cara.
Y su mamá jamás la volvió a llamar Laurita.
Era una niña monísima, tenía los ojos verdes y muy risueña. Su madre decía que tenía la sonrisa más bonita y babosa del mundo entero.
Una tarde se sentaron en un banco a ver las palomas que se juntaban en uno de los jardines del parque.
-Mira los pajaritos, Laurita -decía su madre señalándolos.
Un pequeño temblor, casi imperceptible, sacudió el suelo y las palomas salieron volando. Después de un rato volvieron a casa.
Al día siguiente vovieron al parque y una señora que pasó por su lado cargada con bolsas de la compra se detuvo a mirar a la pequeña.
-¡Qué bonita es! -dijo apretándole suavemente las mejillas -¿Cómo se llama?
-Me llamo Laurita -contestó la madre haciéndose pasar por el bebé.
Un segundo temblor sacudió el parque pero esta vez más fuerte.
-¿Ha temblado el suelo? -preguntó la mamá a la señora.
-Si hija, ayer noté algo raro yo también en mi casa. Estaba en el salón y se movió la lámpara del techo y todo. Esto es del cambio climático ese seguro. Bueno me voy que se me descongelan los helados. ¡Adiós bonita, adiós!
El bebé reía haciendo pequeñas pompas de baba.
Al día siguiente volvieron al parque y se sentaron en un barco cerca de una fuentecilla donde unos niños rellenaban sus botellas de agua. La mamá sacó una revista y un conejito de peluche de la bolsa que colgaba del carrito.
-Toma Laurita -le entregó el conejo a la pequeña que lo agarró por las orejas.
De pronto vibró un poco el suelo como el día anterior y la mujer asustada miró a su alrededor.
Laura tiró el conejo al suelo.
-¡Eso no se hace! -la mamá se levantó, recogió el peluche y se lo dió a la pequeña. -Toma Laurita.
Esta vez un terremoto sacudió la ciudad entera. Los árboles temblaron, una grieta resquebrajó la parte baja de un edificio cercano en el que se encontraban y la fuentecilla se cayó un poco hacia la izquierda, saliéndose del cemento del suelo. La madre asustada guardó la revista y se fueron caminando muy rápido a casa.
Por el camino Laura lanzó el conejo muy lejos y la mamá molesta soltó el cochecito, recogió el conejo y se lo fue a dar a la pequeña.
-¡No lo tires! -dijo la madre enfadada. -Toma...
Antes de que volviera a pronunciar su nombre de aquella manera se abrió una grieta en la acera entre sus piernas.
La mamá, asustada y conteniendo la respiración abrazó al peluche y miró incrédula a su bebé que escupió el chupete y haciendo pucheros estiró los brazos para recuperar su preciado conejito.
-Toma...Toma Laura.
La pequeña reía mientras se pasaba las orejas del peluche por la cara.
Y su mamá jamás la volvió a llamar Laurita.
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